viernes, 23 de abril de 2010


La música recorre los valles nemorosos y las ínsulas extrañas. Se esconde en las almas de las guitarras y vuela desde las trompas hasta flautas y cae sobre las cuerdas, como una tormenta en Vivaldi, como rocío de primavera en Mahler y como cielo despejado en Haydn.
El universo no es sino la gran sinfonía inacabada de Dios, y nosotros sus notas y también sus silencios. Aparecemos en acordes graves y perfectos, en séptimas y novenas y en tríadas resolvemos para volver a caer al silencio de blanca. Somos anacrusas y redondas inmensas, negras ligadas o corcheas en staccato.
Viajamos en piano y en forte, con paso tranquilo y allegro, sobre sonatas de salón o conciertos barrocos. Latimos en frecuencias bajas, altas y medias. Dibujamos caminos que recorren las manos de un pianista sobre el teclado o la batuta de un director en el templo de los silencios...


La guitarra,
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas,
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera.

(Lorca)